
“Cuando el SEÑOR vio que Lea no era amada, le concedió que tuviera hijos, pero Raquel no podía concebir. Así que Lea quedó embarazada y dio a luz un hijo, a quien llamó Rubén, porque dijo: «El SEÑOR se ha dado cuenta de mi sufrimiento, y ahora mi esposo me amará». Al poco tiempo, volvió a quedar embarazada y dio a luz otro hijo, a quien llamó Simeón, porque dijo: «El SEÑOR oyó que yo no era amada y me ha dado otro hijo».
Una vez más Lea quedó embarazada y dio a luz otro hijo, a quien llamó Judá, porque dijo: «¡Ahora alabaré al SEÑOR!». Y entonces dejó de tener hijos.”
Génesis 29:31-33, 35 NTV
Aquí vemos la historia de Lea, una mujer que fue obligada por su padre a casarse con el prometido de su hermana, mientras era de noche y éste estaba probablemente borracho. Al día siguiente Lea tuvo que enfrentarse al reproche y al desprecio de ese hombre cuando él se dio cuenta que había dormido con ella y no con su hermana. Imagino lo insignificante , indigna y sucia que se sintió Lea, al mirar los ojos de su esposo que la despreciaba y la humillaba. Debió sentir un frío en el estómago, un dolor en el pecho al escuchar la conversación que tuvo su padre con su esposo negociando para que le diera también a su hermana por mujer. Ella vivió en una época en la que las mujeres no tenían voz ni voto. Los matrimonios eran arreglados, uno no podía casarse con la persona que amaba. Tristemente, a pesar de todo el dolor que estaba enfrentando, Lea tuvo que permanecer casada con este hombre, y tomar el trago amargo de verlo casarse con su hermana y ver cómo él la prefería a ella en lugar de Lea. Dios vio cómo Lea era menospreciada y la hizo fructífera, mientras su hermana era estéril. Lea, en su desesperación por ser amada usó todos sus recursos, y tuvo hijos con la ilusión de que quizás su esposo la amaría, pero eso nunca sucedió, ella era como un mueble más en la casa. Su esposo no disimulaba el amor y la devoción hacia Raquel la hermana menor de Lea. Hasta que un día Lea decidió dejar de insistir por ganarse el amor de su esposo y tuvo un hijo y lo llamó Judá y dijo ahora voy a alabar al Señor, y dejó de tener hijos para buscar el amor de un hombre y entendió que debía amar a Dios y amarse ella y valorarse aunque nadie más lo hiciera. Dejó de buscar migajas de amor.
Hay gente que se pasa muchos años de su vida en relaciones donde sólo recibe migajas de amor, lo da todo a cambio de nada. Se conforma con ser la amante, o el amante, con esperar ser la elegida o el elegido, cosa que por lo general nunca llega a pasar.
Hay gente que ama y acepta a los demás dependiendo de cómo la gente luce por fuera. Otros se relacionan con aquellos de los cuales sacarán algún beneficio. Alguien hizo un experimento social y creo dos perfiles en redes sociales, uno con una mujer italiana, de rasgos rubios, otro con una joven morena de rasgos africanos. Sin duda la joven de apariencia italiana tenía más pretendientes y mensajes privados, pero la verdad es que los dos perfiles eran falsos. La gente puede rechazarnos sin siquiera conocernos porque no llenamos los requisitos de la apariencia perfecta que ellos buscan. Incluso en lugares de trabajo hay compañías que valoran más la apariencia que la preparación académica e incluso más que la experiencia. Vivimos en un mundo tan vacío de valores, que si nos enfocamos en lo externo nos llenaremos de vanidad tal cómo está la mayoría de las personas. En medio de tanta falsedad y juicios por causa de la forma en que nos vemos, hagamos como hizo Lea, comencemos a amarnos más. Cuando creemos que valemos y merecemos poco, nos conformamos con lo que sea. Dejemos de preocuparnos por lo que la gente va a decir, dejemos de luchar para que nos amen o nos acepten, no nos conformemos con las migajas de amor de ningún ser humano cuando tenemos a un Padre Celestial que tiene tanto amor para darnos de manera incondicional. Pongamos nuestra mirada en él. Tengamos tiempo de intimidad con él, y él saciará esa hambre y sed de nuestras almas, cosas que nunca serán llenadas persiguiendo migajas de amor.
“Jesús contestó: —Cualquiera que beba de esta agua pronto volverá a tener sed, pero todos los que beban del agua que yo doy no tendrán sed jamás. Esa agua se convierte en un manantial que brota con frescura dentro de ellos y les da vida eterna. —Por favor, señor —le dijo la mujer—, ¡déme de esa agua! Así nunca más volveré a tener sed y no tendré que venir aquí a sacar agua.”
Juan 4:13-15 NTV