Los segundos seguían pasando y aún no me dijo nada, pero para mí no era necesario que lo hiciera. Decidí romper el hielo y comencé a barbucear como pude diciendole, “aquí estoy”. No quería hacer un drama, quise actuar naturalmente, porque sé que no me queda el lado dramático con alguien que me conoce tanto. El seguía callado, no como alguien que no me quería hablar, sino como alguien que anhelaba tan sólo oir mi voz y tenerme cerca. Se quedó expectante, yo podía entender que no era necesario que hablara tanto sino que me hubiera tomado el tiempo para acercarme a él. Volví a susurrar algo más, “te extrañé”. Su silencio y actitud me hacían sentir que también me había extrañado, que nunca se había ido, aunque yo sí. Pero no me estaba reprochando nada, estaba disfrutando mi presencia tanto o más que yo la suya. “Cómo quisiera quedarme aquí y no irme nunca más” pensé, sabiendo que de mí dependía eso, pues Aquel que me amaba estaría siempre a tan sólo un pensamiento de distancia.
Decidí seguir hablando aunque parecía un monólogo, en tiempo atras cuando nuestra relación era cercana, era a diario, era tan natural como respirar, era todo para mí, yo estaba acostumbrada a oirlo hablar. Pero en algún momento de mi desvío, perdí el rumbo, porque dejé de mirarlo a él y comencé a mirarme a mí misma, y a pensar en lo que yo quería sin importarme las consecuencias, a buscar lo que no se me había perdido, lo fuí dejando de lado, ya casi no le hablaba, talvez varias palabras al día, sin mucho ánimo. Cuando me quise dar cuenta me encontré atrapada y sin salida entre mis malas decisiones, con el agua al cuello, tan confundida, y la seguridad de que a nadie le importaba mi vida, aunque conocía a mucha gente, no confiaba en nadie. Tan perdida me hallaba que pensaba que ni siquiera podِía llamarlo a él, pero no fue necesario, porque ahí estaba él, el mismo de siempre, estable, confiable, Seguro, que llegaba justo a tiempo, cuando más lo necesitaba, que me entendía aún cuando yo no decía una sola palabra, quién más que él? Si no conozco a nadie más con quien puedo ser yo misma y que no se burla, ni me critica con alguien más, ni divulga mis secretos, ni me juzga cuando me equivoco. Ya había pasado mucho tiempo con este nudo en mi garganta, estaba determinada a sacar de una vez por todas, esas palabras que me quemaban por dentro y que al pronunciarlas me harían libre de mi tormento. Le dije: “Señor Jesús, perdóname!… lo volví a hacer… si no me ayudas ahora, no sé que haré”. Ese era el momento más decisivo que había vivido en mucho tiempo. Sólo me dijo lo mismo que tiempo atras, “te doy otra oportunidad, solo vete y no peques más”.